Se trata de una tecnología simple, económica y de fácil mantenimiento que permite la preservación del ecosistema, el cuidado de la salud humana y el cumplimiento de las nuevas exigencias que demanda el mercado nacional e internacional, bajo el principio de bioprofilaxis.
La publicación de INTA explica: “El origen de las camas data de Suecia en la década del ´90, como una respuesta a la necesidad de encontrar un sistema sencillo y efectivo para minimizar la contaminación por plaguicidas. Es una iniciativa proactiva para abordar y minimizar el riesgo ambiental de la manipulación de fitosanitarios con métodos y protocolos de fácil adopción para el productor.
El INTA ha comenzado a promocionar el uso de las camas biológicas a raíz del vínculo generado con Liticia Pizzul y María del Pilar Castillo, quién fue invitada en el año 2013 al Primer Taller Internacional de Biorremediación (PRITIBIO), organizado por el Instituto de Suelos del INTA y la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), del cual resultó la posterior publicación del libro “Biorremediación de los recursos naturales”.
¿En qué consisten las camas biológicas?
Son una construcción sencilla y versátil diseñada para retener derrames y degradar los fitosanitarios. Se implementan varios diseños, según diferentes situaciones, tipo de producción agrícola, condiciones climáticas y disponibilidad de recursos. Consisten en una excavación en el suelo que varía de los 60 cm a 1 metro de profundidad, rellenada en el modelo sueco de abajo hacia arriba por una capa de arcilla, una biomezcla de paja, suelo y turba y una capa de césped en la superficie. El propósito es la retención de los líquidos, en caso de que ocurran derrames accidentales durante el llenado del equipo, y la degradación de los compuestos químicos a través de la acción de los microorganismos que se desarrollaron en la biomezcla.
La biomezcla está compuesta por un 50% de material vegetal con un alto contenido de lignina, un 25% de suelo del lugar, porque los microorganismos están adaptados a esos productos fitosanitarios, y un 25% de material humificado, que puede ser turba o reemplazarlo por compost, dado que la turba es un recurso finito y no renovable. El compost tiene un alto contenido de materia orgánica y sirve para retener la humedad y al igual que la turba le da una buena estructura y ayuda en las propiedades físicas de la biomezcla.
Por su parte, Lucrecia Brutti del Instituto de Suelos, detalló el proceso de degradación de los fitosanitarios: “crecen los microorganismos y usan para su crecimiento el carbono y el nitrógeno que hay en esa biomezcla. Van consumiendo carbono y eliminando oxígeno y anhídrido carbónico que va al aire”. El proceso es aeróbico. Explicó que la paja es la que alberga el hongo blanco que degrada la lignina y tiene las enzimas que son capaces de degradar los fitosanitarios.
“Las camas biológicas no son eternas, podrían durar alrededor de 3 años en nuestro país. Una vez que se colmató la cama, tengo que decidir qué hacer con ese residuo”, afirmó Brutti. Es claro que el desdoblamiento de fitosanitarios no quiere decir que los productos resultantes sean inocuos. Ante ello, de acuerdo con la investigadora, pueden hacerse pruebas de ecotoxicidad, usando organismos sensibles y manipulables en un laboratorio como lombrices o semillas. “Hay pruebas rápidas que hacen en 5 días. Ese material si no tiene problemas se puede utilizar en el campo desparramándolo en pequeñas cantidades, caso contrario se puede hacer una biopila tapada con plástico y colocada en lugar seguro con piso impermeabilizado y canales de recolección de los posibles lixiviados. En el lapso de 9 meses a 1 año se degradará lo que no se degrado en la cama. Incluso, ese compostaje se puede utilizar a futuro en una nueva cama o como acondicionador orgánico”.