En un tobiano rosado cuando quería aclarar, y sin dejar de silbar galopando campo abierto, iba observando el desierto con un cachorro a la par.
Al llegar al cañadón entre el verde y la gramilla, y el olor a manzanilla que tiene tácito pampa, allá donde están las trampas sobre el manchón de jarillas.
Llegué y me bajé despacio sujetando al redomón, porque observé algún rayón de un animal entrampado, como si hubiera buscado la cueva de un vizcachón.
(...) Allí lo encontré al amigo tirando de los garrones, y quedó a los revolcones con el cusco que traía, les juro que no sabía la fiereza de los leones.
Versos extraídos con permiso del autor, Ariel “Alpataco” Vazquez, del libro “Los últimos puesteros”.