Aquel eterno viajante que anduvo en los pagos míos, entre calores y fríos trotando por mil caminos, entre chivitos y vinos pasaba el Negro Dio Dío.
De chiquito lo llevaron al barrio de Matadeo, donde de joven fue arquero atajando por Almagro, el mismo que al trote largo fue uno más de los puesteros.
Al poco tiempo nomás se le acabó la paciencia, volviéndose a su querencia, como soltando las riendas para seguir con la hacienda donde empezó su existencia.
Versos extraídos con permiso del autor, Ariel “Alpataco” Vazquez, del libro Los últimos puesteros.