Con su mirada serena lo recuerdo a este puestero, allí en los puestos del cielo recorriendo a paso lento, como esperando en el tiempo su oficio de camionero.
Por el puesto La Isabel también por El Orejano, él siempre daba una mano al puestero desolado, aquel que llora al Pelado por el Oeste Pampeano.
Anduvo de Puesto en Puesto en su camión colorado, de pecho blanco y tostado por las huellas guadalosas, llenando de mariposas la caja del encarpado.
Versos extraídos con permiso del autor, Ariel “Alpataco” Vazquez, del libro “Los últimos puesteros”.