Voy galopando al oeste, por la huella más angosta, mientras salten las langostas y las calandrias afinen, recordando a Don Mazzini un puestero de la costa.
Anduvo siempre en el pago, tirando algún redomón, y tampoco era un chambón para tirarle a un overo, para campear un mañero como lo hace todo peón.
No le faltaba el trabajo por esa tierra tan linda, ese paisaje que brinda el oficio del puestero, supo colgar el apero por el puesto La Adelina.
Versos extraídos con permiso del autor, Ariel “Alpataco” Vazquez, del libro Los últimos puesteros.