Al saludarlo a Juan Sosa y al estrecharle la mano, ya lo noté con desgano Juancito estaba dolido, porque hacia el cielo se ha ido de un golpe su tobiano.
El mismo que de potrillo retozaba en el corral, aquel que pudo amansar que a las ocho galopeadas, un choque ya le cargaba tan solo para empezar.
Bien grueso el tobiano negro tan bueno como detallo, capaz de tirar de un carro o alguna rastra de leña, y al que a los chicos les enseña lo dócil que es un caballo.
Versos extraídos con permiso del autor, Ariel “Alpataco” Vazquez, del libro Los últimos puesteros.